Momento, dosis y contexto: tres requisitos esenciales para crear empatía.


Hace veinte o veinticinco años era muy frecuente que los humoristas, en particular los que contaban chistes, ridiculizaran o se mofaran a través de ellos de personas con discapacidad, de homosexuales o de prostitutas, por ejemplo, y a una mayoría de gente les hacían gracia. Sin embargo, hoy en día, este tipo de bromas provocan un intenso rechazo a una parte cada vez más numerosa de la población. Afortunadamente. Y es que los tiempos cambian, la cultura evoluciona, y la sociedad, al menos formalmente, se va adecuando a mayores cotas de justicia, libertad e igualdad. En suma: que lo que pudo ser aceptable en un momento determinado, puede no serlo en absoluto años más tarde. Exactamente igual que fumar en locales públicos. O restringir el acceso de las mujeres a determinados puestos de trabajo.

Por otro lado, imaginemos que alguien ha oído hablar de lo excelente que es el limón para alcalinizar la sangre y depurar el organismo, así que dicha persona, a partir de un cierto día, decide tomar por su cuenta, sin asesorarse primero, un gran vaso de limón puro en ayunas. Pero el primer día que lo hace, lo vomita de inmediato. Entonces, ¿a qué conclusión se puede llegar? ¿Que el limón es malo? ¿Que la persona es demasiado sensible? Yo diría, simplemente, que lo que ha fallado es la dosis. El zumo de un limón puede ser mano de santo, pero un vaso entero de limón puro para el que no esté acostumbrado puede ser muy, muy perjudicial.

Y abundando en ejemplos, supongamos que yo mismo, Carlos Lacomba, tratara a un paciente que viene por primera vez a mi consulta con la misma familiaridad con la que trato a un viejo amigo. Desde luego, no podría esperar que esa persona volviera a visitarse. Cosa lógica y comprensible. Porque lo que puede ser agradable y divertido con una persona, a otra, en un contexto completamente diferente, le puede resultar motivo de disgusto y hasta de profundo rechazo.

Así pues, a la hora de interactuar con una persona, independientemente del tipo de relación que tengamos con ella, conviene tener siempre muy presente estos tres requisitos, esenciales, para crear empatía... y evitar, al mismo tiempo, la antipatía y el rechazo. Hablo del momento, de la dosis y del contexto.

Si nos disponemos para dirigirnos a alguien, sea quien sea la persona con la que vamos a interactuar, es oportuno que estemos muy atentos y tratemos de poner nuestra conciencia antes de precipitarnos. Ante la duda, si hablamos de relaciones humanas, es mejor quedarse corto que pasarse de la raya.

Me refiero a que nos ayudará el observar a la persona que tenemos delante y tratar de percibir cuál es su estado de ánimo y lo receptiva que pueda estar en ese instante. Es saludable preguntarse: ¿Es este el momento adecuado para decirle lo que le quiero decir? Y esto es tan importante como observar su reacción después de que hayamos interactuado con ella. ¿Cómo se ha tomado lo que le hemos dicho? Calibrar su respuesta nos ayudará enormemente a saber por dónde tirar: si seguir adelante, y por qué camino, o mejor recular para que la situación no se nos vaya de las manos.

La dosis, como digo, también es fundamental a la hora de disfrutar de relaciones armoniosas con los demás. Un poco de algo puede ser agradable, o divertido, o enriquecedor. Pero demasiado de eso mismo puede ser desagradable, cansino, o, incluso, provocar rechazo. Porque todo en este vida, todo, tiene una dosis de armonía (a veces, esa dosis es cero). Y esa dosis, además, también va en función del contexto y del momento.

Luego, está el contexto. Es decir, el lugar donde te encuentras, la persona con la que te encuentras... y las circunstancias en las que ambos os encontráis.

No se trata de que dejemos de ser nosotros mismos. Ni se trata de renunciar a la espontaneidad. Se trata, básicamente, de utilizar nuestra inteligencia, nuestra sabiduría, y sobre todo, nuestro amor, para saber ADAPTARNOS al medio que nos rodee, a las personas que nos acompañen y al momento que vivamos.

Sabrás que estás creando empatía si eres capaz de mantener o incrementar el grado de armonía de tu interlocutor, y el tuyo propio, a lo largo de esa interacción.

Mantener o incrementar la armonía de los dos, no sólo de uno, sino de ambos.
Esa es la clave: la armonía compartida.

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