A propósito de mi tía Isabel

De ella puedo deciros que ha vivido conmigo, prácticamente, toda la vida, desde que yo era muy pequeño (ha sobrevivido, de hecho, a todos los miembros del núcleo familiar). Mi tía me ha cuidado, me ha alimentado y me ha dado lo mejor de sí misma. Podríamos decir que le debo la vida, tanto como a mi propia madre.

Ayer, de madrugada, la implacable metástasis de un cáncer de páncreas terminó con su vida (ochenta años recién cumplidos), llevándose de mi lado a la persona que más he querido de este mundo. Y aunque las terapias naturales no han conseguido el que era nuestro común propósito (curarla), bien es cierto que le han permitido superar casi todos los efectos colaterales inherentes a la patología, le han proporcionado una gran calidad de vida (comparativamente con otros muchos enfermos aquejados del mismo proceso) y le han alejado del nefasto espectro del dolor; afortunadamente.

Deseo expresar mi profundo agradecimiento,

- en primer lugar, a Marisa, mi hermana, por su inestimable ayuda; y a mis sobrinos, a Tamer en particular, por el cariño que le han dispensado a mi tía Isabel en cada una de sus visitas.
- A Laura Marini, terapeuta cráneo-sacral, por inundar a mi tía con su dulzura, por ayudarla con su buen hacer profesional y por estar a mi lado hasta casi el último aliento de Isabel.
- A Luis León, herbolario, naturópata y amigo, por respaldar mis pautas terapéuticas y por sus amables y sabias sugerencias.
- A Vicente Badenes, naturópata y colonterapeuta, por contribuir en gran medida a que mi tía se haya ido muy limpia de este mundo.
- A Ramón Asensio, reflexoterapeuta y amigo, por cuidar de ella, muchas veces, cuando yo tenía que salir de casa para hacer la compra.
- A Gabriela Cokljat, arquitecta del optimismo y amiga infatigable, por escucharme, por entenderme, por su sonrisa y por ser un punto de apoyo fundamental para mí durante todo este proceso.
- A Conchita Cardona, naturópata ortomolecular y amiga, por su disposición, por su magnífica generosidad y por cuidar en algunos momentos de Isabel.
- A Salvador Romero, sacerdote y viejo amigo, por tenernos a Isabel y a mí presentes en sus cotidianas oraciones.
- A Fina y a su hija Carolina, por acompañarme el día de la transfusión de sangre en el Hospital Clínico, por su calor y su buen humor; y por haber tratado a mi tía, siempre, como una muy querida amiga y como una más de su familia.
- A su prima Maruja; a Pedro y a Maria Ángeles, por el cariño y los ánimos dirigidos hacia mi tía.
- Al doctor Carlos Pérez y a la doctora Mª. José Tejedo, coordinador jefe y oncóloga, respectivamente, de la Unidad de Hospitalización Domiciliaria del Hospital Clínico de Valencia, por su comprensión, su apoyo y su respeto hacia mi persona; y por contemplar a la medicina natural como una opción perfectamente válida y adecuada para el caso de mi tía.
- A la doctora Sofía Bauer, médica de la Unidad de Observación de Urgencias del Hospital Clínico, por su apoyo, comprensión y reconocimiento hacia mi persona, por concluir que Isabel disfrutó de gran calidad de vida y ausencia de dolor durante toda su enfermedad gracias a las oportunas y acertadas terapias naturales que se aplicaron sobre ella; y también por el trato especial y exquisito que le dispensó en todo momento a mi tía.
- A Javier Rodríguez, de MAPFRE Seguros, por su sensibilidad, su comprensión, su amabilidad y su sobradamente demostrada profesionalidad.
- A Ángela, mi madre; a Luis, mi padre; a Pepe, mi tío, y a Yasín, mi cuñado, por iluminarnos el camino, desde allá arriba, con su inspiración, su inteligencia y su luz.
- A Dios, por este regalo de amor tan maravilloso, emocionante y gratificante llamado Isabel. Por permitirme cuidar cada día de ella con enorme y fresca ilusión, entusiasmo, y, por encima de todo, sin perder jamás la esperanza.
- Y a ti, Isabel, cariño mío, un millón de gracias por dármelo todo sin pedirme, nunca, nada a cambio. Gracias por haber tenido una fe absoluta en mí, por tu incomparable compañía y por compartir conmigo las alegrías y las penas del largo camino que hemos recorrido codo con codo. Y gracias, también, por sobrevivir más allá de todos los pronósticos médicos, por atravesar una larga agonía y esperarte al Día de la Madre para dejar este mundo. Estoy seguro de que, inmersa como estabas en un coma profundo, sin poder comunicarte conmigo, fue tu único modo de decirme: Carlos, soy tu madre, tú mi hijo; y te amo.

Hasta siempre, mamá. Estás viva en el cielo, en mi mente y en mi corazón.

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